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Therborn (2013: 54-67) propone distinguir cuatro grandes mecanismos a través de los cuales se producen desigualdades sociales: distanciamiento, exclusión, jerarquización y explotación. Therborn los concibe como mecanismos entrelazados y acumulativos; así, el punto de partida sería el mecanismo de distanciamiento (que crea desventajas entre sujetos en condiciones iniciales más o menos equitativas) y transita progresivamente hacia la exclusión (que pone barreras/obstáculos a aquellos que ya están en situación de desventaja), la jerarquización (que institucionaliza las barreras de exclusión como divisiones entre superiores e inferiores), y la explotación (que permite la extracción de los recursos de los sujetos “inferiorizados”/ subordinados en beneficio de los sujetos dominantes).

Además, el autor agrega que el grado de tolerancia a estas formas de producción de desigualdades varía entre sociedades, entre períodos históricos y entre posturas ideológicas. Como explica Therborn, mientras que algunas ideologías se ocupan en defender el mecanismo de distanciamiento, otras se concentran en proscribir el mecanismo extremo de explotación. Así, las posturas (neo-)liberales han legitimado las desigualdades sociales que son resultado de las diferencias de méritos y talentos de los sujetos, lo que hace prácticamente inevitable (y de hecho, deseable para los neoliberales) que unos sujetos avancen más que otros. Esta defensa al mecanismo de distanciamiento oculta sin embargo diversas condiciones sistémicas que en realidad posibilitan el avance de ciertos sujetos en la sociedad y retrasan o impiden el de otros (ciudadanía, adscripción racial, género); además, sirve para justificar altísimos salarios y prebendas de directivas empresariales incluso en tiempos de crisis y recortes de puestos de trabajo. En el otro lado del espectro ideológico, los marxistas le dieron demasiado énfasis a la explotación como mecanismo de desigualdad, al concluir que toda relación laboral es explotadora en el sistema capitalista ya que la ganancia de la empresa se logra con el valor añadido producido por el trabajador. Dado que la explotación es considerada universalmente como la peor forma de desigualdad y además como inherentemente injusta, puede negarse que ocurra en un caso concreto, pero no puede ser moralmente defendida.